Ciencia y conducta humana: nos salvamos juntos o nos hundimos separados.



 Por: Isaac Vázquez Venegas
No podemos saber si es algo propio del mundo de nuestros días o del mundo de siempre. Pero lo que sí sabemos es que hoy la historia nos empuja hacia la superstición, el individualismo, la soledad y la miseria existencial.  La salida, si todavía podemos soñar con una, estará en construir un nuevo sentido común que nos ayude a entendernos a nosotros mismos como parte del reino natural, como criaturas profundamente moldeadas por su entorno y como absolutos responsables de construir, juntos, un mundo en el que valga la pena vivir. Esto requiere, por supuesto, más que buenas intenciones: requiere de una comprensión útil de por qué pensamos lo que pensamos, por qué sentimos lo que sentimos y, en general, de por qué nos comportamos como lo hacemos.

Preocuparse por los otros y ocuparse de su bienestar está lejos de ser equivalente a concebir a cada uno como su propio mundo y su propia ley, sobre la que el resto de las personas, precisamente por el hecho de ser “otros”, no pueden ni deben tener nada que decir.  Asumir que cada uno posee su propia verdad y es el único capaz de “comprenderse a sí mismo” no nos lleva sino a un libertarianismo cuya ética no es sino el abandono y la depredación mutuas.  Por supuesto que no tenemos derecho a la tiranía ni a la imposición violenta de nuestras ideas de lo bueno. Pero eso no implica que debamos renunciar a defenderlas y a avanzarlas como parte fundamental de un proyecto de sociedad. Debemos construir (o reconstruir), desde la base, un mundo donde sea legítimo pensar a los otros como parte fundamental de nuestras propias vidas. Aunque eso implique la difícil tarea de aceptar el desacuerdo y entablar el diálogo, la tarea de renunciar a la comodidad subjetivismo y el aceptar el deber de embarcarnos en la construcción de un proyecto de sociedad articulado en colectivo, a partir de una mejor manera de entendernos los unos a los otros.

Esto se dice fácil, pero está lejos de serlo. La conducta humana es, a fin de cuentas, el tema sobre el que más creemos saber, pues la vivimos, gozamos y sufrimos todos los días en nuestra propia carne. La voluntad, el deseo, la disposición, la cultura o los valores, por ejemplo, suelen ser esgrimidos como causas del comportamiento que, a su vez, muchas veces, no parecen tener causa. Pero esto ocurre solo en tanto hacemos a un lado el enorme potencial que tiene el contexto en el que las personas existen y se desenvuelven para dar forma a su ser y su actuar.  Un gran profesor, una familia trabajadora, una buena escuela, una condición socioeconómica privilegiada… no es tan difícil pensar cómo hacen la diferencia… si el problema está en el ambiente, cambia el ambiente y cambiarás a las personas.  Si el problema está en las personas en sí mismas y en lo que “esencialmente” son ¿qué solución nos quedaría?

La ciencia del comportamiento ya lleva varias décadas alumbrando el camino y desafiando con sus descubrimientos a la mística del individualismo para sustituirla con una visión racional, empírica, más justa y más humana, de lo que somos y de lo que hacemos. La pregunta es entonces qué tanto hemos avanzado en la disputa por el sentido común, en la disputa por las soluciones cotidianas a los problemas humanos grandes y pequeños, desde la depresión hasta la desigualdad y desde la ansiedad hasta la debacle ambiental. Si esa disputa vale la pena, si puede llegar a alguna parte o si se trata, sin más, de una misión imposible, no podemos saberlo de antemano. Por lo que no nos queda alternativa sino intentar darla y rescatar lo que pueda ser rescatado.  Y cueste lo que cueste, no abandonarnos, porque un mundo que no es compartido no vale la pena.

Dicho esto, propongo algunas ideas que me parece fundamental tomar en cuenta, como base filosófico-normativa, para toda persona que aspire a comprender científicamente la conducta y los fenómenos humanos siempre con miras a actuar sobre sobre ellos cambiándolos para mejor.

  1.  La ciencia no es una cosa, ni un cúmulo de verdades inmutables, sino un método para dilucidar maneras útiles de hablar sobre el mundo. El método científico nos permite conocer principios generales que nos permitan predecir, controlar y explicar los fenómenos naturales, incluido lo que la gente siente, piensa, hace y dice. 

  2.  Los científicos somos capaces de plasmar nuestros puntos de vista de manera clara y concreta de tal manera que podamos saber por qué exactamente es que estamos de acuerdo o no sobre nuestras explicaciones.  Esto nos permite dialogar de manera lógica y racional y superar, en la mayoría de los casos, aparentes contradicciones. Por ende, el lenguaje científico es necesariamente distinto del lenguaje de la vida cotidiana.

  3. Los principios generales que postula la ciencia se infieren a partir de la contrastación sistemática y rigurosa de principios hipotéticos contra hechos observables. Esto implica hacer uso del lenguaje para hacer declaraciones acerca del mundo.  En su forma más simple, se expresa diciendo “si un fenómeno A ocurre con x características, entonces un fenómeno B ocurre con y características.”. En última instancia, la realidad siempre tiene la razón.

  4.   No todo lo que podemos decir acerca del mundo es válido o verdadero. Para hablar de validez o verdad debemos asumir un criterio. La ciencia de la conducta asume como criterio de validez el criterio pragmático: si hablamos de la enfermedad, una comprensión científica de la enfermedad da pie a la tecnología médica que la cura; si hablamos de conducta humana, una tecnología de la conducta da pie a una tecnología conductual que nos ayudar gestionar nuestro propio comportamiento. El conocimiento válido en materia de ciencia conductual, desde un criterio pragmático, está en cuán útil es nuestra manera de hablar del comportamiento humano para predecirlo o incidir sobre él.
     
  5. Cuando se trata de entender nuestro comportamiento, nuestra experiencia interna es valiosa e importante, pero no nos dice ni explica tanto como comúnmente se nos ha hecho creer. Que no logremos discernir los factores externos que inciden en nuestros propios pensamientos, emociones, sentimientos y conducta, no quiere decir que esos factores no existan.
     
  6. Si somos parte del reino natural lo somos también de la historia natural. Llevamos en nuestros genes, como todos los organismos que hoy viven, millones de años de evolución biológica. La selección natural actúa sobre las poblaciones a través de las generaciones, la selección conductual actúa sobre los sujetos a través de sus vidas y la selección cultural actúa sobre los grupos humanos a través de la historia. Los genes, la conducta y la cultura cambian en función de cambios en el entorno. La ciencia de la conducta nos ayuda a entender mejor cómo.
     
  7. El trabajo de la ciencia es estar más allá de la ideología y brindarnos las herramientas necesarias para entender el mundo. Sabemos que entendemos el mundo porque podemos cambiarlo. Para cambiarlo, hay que fijar un rumbo.  Entonces, al momento de situarnos en el ámbito de lo normativo –de lo que debería ser en el futuro- la ciencia no puede escapar de la política y solo podrá evitar verse reducida a un discurso político mientras sus dimensiones éticas, que deben ser naturalistas, colectivistas y humanas, sean bien conocidas y aceptadas por quienes aspiramos a ser científicos.
     
  8. Esto implica aceptar que también es posible entender científicamente los orígenes de nuestras actitudes y preferencias y que, en principio, que del hecho de que algo no nos guste no se sigue que sea socialmente indeseable o, al contrario, que del hecho de que algo nos guste no se sigue que ese algo sea socialmente deseable.
     
  9. La ciencia, como etiqueta, sin apegarse a un método que la ancle a la realidad y a la evidencia, no es más que palabrería y la palabrería en el discurso, sin ciencia, no es más que un irascible sofismo del capricho y de las pasiones individuales. Por más deplorables y dolorosos que nos parezcan los males del mundo –la pobreza, la guerra, la discriminación, la destrucción del medio ambiente- si no tenemos las herramientas necesarias para comprenderlos, tampoco las tendremos para resolverlos. Y aun así, el buen el conocimiento no basta. Se requieren también los recursos necesarios que busca la política para poder usar ese conocimiento con miras a construir una sociedad mejor. El conocimiento que no puede nada es inútil, pero el poder sin conocimiento anda a tientas en la oscuridad y es acechado permanentemente por quienes quieren utilizarlo en favor de unos pocos. 
     
  10. Por último, hablar de una ciencia de la conducta humana no implica decir que estamos condenados a la “manipulación” y que debería abandonarse todo esfuerzo por educarnos y ayudarnos a entender mejor el mundo en que vivimos.  Negar la posibilidad de estudiar la conducta humana de manera científica, negar que somos parte del reino y la historia natural, en lugar de preservar nuestra libertad, no hará sino preservar el estado actual de las cosas.  En cambio, con una ciencia de la conducta efectiva estaremos en posición de ir más allá de la arcaica disyuntiva entre racionalidad e irracionalidad/autonomía y tiranía, y en posición de comprender cómo es que podemos crear un mundo donde se ejerza un gobierno libre de opresión y sufrimiento, por la gente y para la gente, de los muchos para todos, y no de los pocos para los pocos y de los poderosos para los poderosos.

Si se nos dice que este proyecto es demasiado ambicioso, sépase que no aspiramos a comenzar de cero sino a hacer mejor uso del conocimiento que ya ha sido avanzado por quienes estuvieron antes que nosotros.  Este es nuestro deber como científicos del comportamiento. Como escribiera Rulfo: “Nos salvamos juntos, o nos hundimos separados”.

Itzhak Vázquez (Isaac Vázquez) es politólogo psicologo  científico. Es cofundador y presidente de BPP A.C.

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