Vivir juntos: cultura, otredad y naturaleza
Las noticias sobre la crisis climática global refuerzan la tesis de que la economía capitalista es absolutamente incompatible con el uso sostenible de los recursos y con el bienestar colectivo (Zibechi, 2015). El mercado se convierte en el principal defensor del capitalismo en tanto aumenta de manera dramática las ganancias monetarias de un grupo minúsculo de personas. Frente a él, el Estado, como organización fundamental de la sociedad, parece ser la única alternativa para salvaguardar el bienestar y la calidad de vida de la gente (Mouffe y Errejón, 2015).
A pesar del relativo consenso en torno a los efectos deseables de la existencia del Estado, el defenderlo carecerá de todo sentido mientras se mantenga en manos de oligarquías afines a la ética y la técnica que suelen englobarse dentro del neoliberalismo. Hasta ahora, la academia y varios gobiernos nacionales han discutido con insistencia dos paradigmas que, pareciera, han sido insuficientes para atender la multitud de problemas de los pueblos históricamente explotados y marginados. El primero, es el populismo y considera que los gobiernos deberían apostar por construir hegemonías (o bloques) que disputen el campo político e incorporen las demandas de la gente en los programas que, a la postre, se materializarán en acciones gubernamentales (Laclau, 2012). El segundo, con base en las teorías de la gobernanza, propone la apertura del Estado a las voces de la iniciativa privada y de la sociedad civil. A partir de aquí crea una suerte de jerarquía en la que se considera al gobierno como primero y al mercado como segundo. De aquí, se buscaría que la colaboración entre Estado, sociedad civil e iniciativa privada fuera el punto de partida para diseñar e implementar políticas públicas, sobre todo en aquellas áreas donde persiste cierta armonía entre las agendas de cada una de las partes. De este modo, las instituciones públicas —más que dedicarse a la labor de gobernar y dirigir— se convierten en una suerte de meras gestoras de demandas (Aguilar, 2010).
Más allá de las virtudes o defectos que pudiera tener cada modelo, algo que vale la pena destacar es que en ambos casos se excluyen —al menos en la teoría— formas de organización social pre-estatales o emergentes que nacieron como respuesta, en la mayoría de las ocasiones, a la violencia sistemática de ejercida por el Estado o el mercado hacia determinadas comunidades.
En aquellos espacios de alteridad, estos pueblos están organizados en formas muy particulares: desde los yaquis y los zapatistas en el norte y sur de México, respectivamente, hasta los mapuches en Chile y Argentina, estas colectividades han propuesto alternativas políticas y económicas que desafían los supuestos del “norte capitalista”. Sus formas de organización han puesto de manifiesto que es posible vivir con decencia sin tener que pagar el precio de la devastación ambiental. Las prácticas económicas de estos pueblos, aunque han recibido poca atención mediática, demuestran una tendencia a los comportamientos de compartir y cooperar. Juan Camilo Cárdenas (2019), profesor de la Universidad de los Andes, demostró a través de una serie de experimentos en pueblos originarios de Colombia y Tailandia que las personas valoran especialmente sus recursos compartidos. Esto tiene sentido si se contrasta con los comportamientos exhibidos por personas que viven y fueron criadas en el seno de las culturas urbanas y las instituciones formales. El mismo estudio revelaba que los estudiantes universitarios, por ejemplo, optaron por consumir los bienes de uso común de manera egoísta. Es decir, consumiendo ellos mismos cantidades que comprometían las capacidades de otros de consumir una porción equivalente. Además, se observó que la intervención del gobierno parecía influir negativamente en la voluntad de colaborar: cuando fue mencionada la remota posibilidad de la aplicación de sanciones por parte de la autoridad estatal a quienes excedieran los límites de la extracción de recursos, contrario a lo esperado, los participantes comenzaron a exceder con más frecuencia los límites acordados.
Estas experiencias particulares, fuera de la organización social y cultural típica de occidente, han sido estudiadas profudamente por etnólogos y antropólogos, pero muy poco por otras discplinas sociales, como el derecho, la ciencia política y la administración pública, la economía, el análisis experimental de la conducta o la economía del comportamiento. Tomando esto en cuenta, tal vez estemos frente a una gran oportunidad para promover investigación conductual en la materia que nos ayude a conciliar la existencia de las formas organizativas de los pueblos autónomos con la de las instituciones estatales (Cfr. Fundación de los Comunes, 2016). Así, la oportunidad que se abriría frente a nosotros sería la de "legalizar" lo que hasta ahora permanece extralegal, incluyendo a los pueblos dentro de los proyectos nacionales, sin imponerles nada ni someterlos, y aprendiendo en el camino cómo sus sistemas de contingencias-incentivos han derivado en una cultura capaz de administrar de manera razonable y sostenible los recursos naturales.
La ciencia del comportamiento nos ofrece un lente para mirar con detalle cómo está diseñada una cultura. Solo así, entendiendonos mejor, podremos avanzar en el desarrollo y promoción de prácticas compatibles con la preservación del medio ambiente y la calidad de vida de la gente. Frente a la urgencia de detener la voraz depredación de bosques, ríos, suelos y montañas, es indispensable pensar en políticas que entiendan a las personas como son y no como deberían de ser. Tal vez en un futuro el nuevo sentido común nos dirá que el bienestar colectivo, la equidad, la cooperación y el respeto a la naturaleza son la norma y no meras desviaciones de la "racionalidad".
Referencias:
· Aguilar, L. F. (2010). Gobernanza: El nuevo proceso de gobernar. México: Fundación Friedrich Naumann para la Libertad.
· Cárdenas, J. C. (2019). Lo que la economía del comportamiento revela sobre compartir y cooperar. Colombia: Ideas Que Cuentan – Banco Interamericano de Desarrollo. Recuperado de https://blogs.iadb.org/ideas-que-cuentan/es/lo-que-la-economia-del-comportamiento-revela-sobre-compartir-y-cooperar/
· Fundación de los Comunes (2016). Hacia nuevas instituciones democráticas. Diferencia, sostenimiento de la vida y políticas públicas. Madrid: Traficantes de Sueños.
· Laclau, E. (2012). La razón populista. México: Fondo de Cultura Económica.
· Mouffe, C., y Errejón, Í. (2015). Construir pueblo. Hegemonía y radicalización de la democracia. Madrid: Icaria.
· Zibechi, R. (2015). Descolonizar el pensamiento crítico y las rebeldías: autonomías y emancipaciones en la era del progresismo. México: Bajo Tierra Ediciones.
A pesar del relativo consenso en torno a los efectos deseables de la existencia del Estado, el defenderlo carecerá de todo sentido mientras se mantenga en manos de oligarquías afines a la ética y la técnica que suelen englobarse dentro del neoliberalismo. Hasta ahora, la academia y varios gobiernos nacionales han discutido con insistencia dos paradigmas que, pareciera, han sido insuficientes para atender la multitud de problemas de los pueblos históricamente explotados y marginados. El primero, es el populismo y considera que los gobiernos deberían apostar por construir hegemonías (o bloques) que disputen el campo político e incorporen las demandas de la gente en los programas que, a la postre, se materializarán en acciones gubernamentales (Laclau, 2012). El segundo, con base en las teorías de la gobernanza, propone la apertura del Estado a las voces de la iniciativa privada y de la sociedad civil. A partir de aquí crea una suerte de jerarquía en la que se considera al gobierno como primero y al mercado como segundo. De aquí, se buscaría que la colaboración entre Estado, sociedad civil e iniciativa privada fuera el punto de partida para diseñar e implementar políticas públicas, sobre todo en aquellas áreas donde persiste cierta armonía entre las agendas de cada una de las partes. De este modo, las instituciones públicas —más que dedicarse a la labor de gobernar y dirigir— se convierten en una suerte de meras gestoras de demandas (Aguilar, 2010).
Más allá de las virtudes o defectos que pudiera tener cada modelo, algo que vale la pena destacar es que en ambos casos se excluyen —al menos en la teoría— formas de organización social pre-estatales o emergentes que nacieron como respuesta, en la mayoría de las ocasiones, a la violencia sistemática de ejercida por el Estado o el mercado hacia determinadas comunidades.
En aquellos espacios de alteridad, estos pueblos están organizados en formas muy particulares: desde los yaquis y los zapatistas en el norte y sur de México, respectivamente, hasta los mapuches en Chile y Argentina, estas colectividades han propuesto alternativas políticas y económicas que desafían los supuestos del “norte capitalista”. Sus formas de organización han puesto de manifiesto que es posible vivir con decencia sin tener que pagar el precio de la devastación ambiental. Las prácticas económicas de estos pueblos, aunque han recibido poca atención mediática, demuestran una tendencia a los comportamientos de compartir y cooperar. Juan Camilo Cárdenas (2019), profesor de la Universidad de los Andes, demostró a través de una serie de experimentos en pueblos originarios de Colombia y Tailandia que las personas valoran especialmente sus recursos compartidos. Esto tiene sentido si se contrasta con los comportamientos exhibidos por personas que viven y fueron criadas en el seno de las culturas urbanas y las instituciones formales. El mismo estudio revelaba que los estudiantes universitarios, por ejemplo, optaron por consumir los bienes de uso común de manera egoísta. Es decir, consumiendo ellos mismos cantidades que comprometían las capacidades de otros de consumir una porción equivalente. Además, se observó que la intervención del gobierno parecía influir negativamente en la voluntad de colaborar: cuando fue mencionada la remota posibilidad de la aplicación de sanciones por parte de la autoridad estatal a quienes excedieran los límites de la extracción de recursos, contrario a lo esperado, los participantes comenzaron a exceder con más frecuencia los límites acordados.
Estas experiencias particulares, fuera de la organización social y cultural típica de occidente, han sido estudiadas profudamente por etnólogos y antropólogos, pero muy poco por otras discplinas sociales, como el derecho, la ciencia política y la administración pública, la economía, el análisis experimental de la conducta o la economía del comportamiento. Tomando esto en cuenta, tal vez estemos frente a una gran oportunidad para promover investigación conductual en la materia que nos ayude a conciliar la existencia de las formas organizativas de los pueblos autónomos con la de las instituciones estatales (Cfr. Fundación de los Comunes, 2016). Así, la oportunidad que se abriría frente a nosotros sería la de "legalizar" lo que hasta ahora permanece extralegal, incluyendo a los pueblos dentro de los proyectos nacionales, sin imponerles nada ni someterlos, y aprendiendo en el camino cómo sus sistemas de contingencias-incentivos han derivado en una cultura capaz de administrar de manera razonable y sostenible los recursos naturales.
La ciencia del comportamiento nos ofrece un lente para mirar con detalle cómo está diseñada una cultura. Solo así, entendiendonos mejor, podremos avanzar en el desarrollo y promoción de prácticas compatibles con la preservación del medio ambiente y la calidad de vida de la gente. Frente a la urgencia de detener la voraz depredación de bosques, ríos, suelos y montañas, es indispensable pensar en políticas que entiendan a las personas como son y no como deberían de ser. Tal vez en un futuro el nuevo sentido común nos dirá que el bienestar colectivo, la equidad, la cooperación y el respeto a la naturaleza son la norma y no meras desviaciones de la "racionalidad".
Referencias:
· Aguilar, L. F. (2010). Gobernanza: El nuevo proceso de gobernar. México: Fundación Friedrich Naumann para la Libertad.
· Cárdenas, J. C. (2019). Lo que la economía del comportamiento revela sobre compartir y cooperar. Colombia: Ideas Que Cuentan – Banco Interamericano de Desarrollo. Recuperado de https://blogs.iadb.org/ideas-que-cuentan/es/lo-que-la-economia-del-comportamiento-revela-sobre-compartir-y-cooperar/
· Fundación de los Comunes (2016). Hacia nuevas instituciones democráticas. Diferencia, sostenimiento de la vida y políticas públicas. Madrid: Traficantes de Sueños.
· Laclau, E. (2012). La razón populista. México: Fondo de Cultura Económica.
· Mouffe, C., y Errejón, Í. (2015). Construir pueblo. Hegemonía y radicalización de la democracia. Madrid: Icaria.
· Zibechi, R. (2015). Descolonizar el pensamiento crítico y las rebeldías: autonomías y emancipaciones en la era del progresismo. México: Bajo Tierra Ediciones.
*Jorge Guzmán (@JorgeGuzman_) es politólogo y publiadministrativista por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Actualmente es Coordinador General de Proyectos en BPP A.C.
Felicidades al autor. Aborda una óptica generalmente soslayada por gobienos y sociedades, a pesar de que tenemos los ejemplos (todavía) vivos de otras alternativas que podemos retomar.
ResponderEliminarDaniel Luna