Insatisfacción, parejas y redes sociales


Iván A. Rico Guevara*

El día de hoy no es sorprendente decir que las redes sociales forman parte de nuestras vidas; lo cual, ha traído consigo beneficios que antes parecerían una locura: gracias a Facebook, por ejemplo, puedo mantenerme en contacto con compañeros de la primaria, enviar una solicitud de amistad a una persona de Indonesia y hablar con ella al instante, o escribir lo que pienso, lo que siento y compartir casi cualquier cosa. Gracias a Twitter, estoy enterado de las noticias que suceden en mi país y en el mundo, y también puedo mantener contacto con empresas o, como en el caso de Trump, gobernar un país con mis tweets. En Instagram puedo ver y buscar una cantidad casi ilimitada de fotografías compartidas por los usuarios, y en Tinder, con tan solo deslizar la pantalla, es posible que conozca al próximo “amor de mi vida”. 

Debemos observar las estadísticas sobre el número de usuarios de cada red social para hacernos una idea de su presencia en el mundo. De acuerdo con las estadísticas del 2019 (Llano, 2019), Facebook, Twitter e Instagram cuentan con 2, 271 millones, 326 millones y 1000 millones de usuarios activos en un mes, respectivamente; mientras que Tinder cuenta con 57 millones de usuarios activos al mes (Team Latamclick, 2018). 

Esto nos da una idea del uso a gran escala que tienen las redes sociales. No obstante los beneficios que se derivan de la era de la comunicación en línea, también nos enfrentamos con efectos psicológicos negativos, como lo muestran diferentes estudios que vinculan el uso de las redes sociales con trastornos alimenticios, la depresión, la ansiedad y baja autoestima (Howard, 2019) (Adeva, 2015) (Reyes, 2015). En estas líneas me centraré en un efecto negativo que, considero, causan las redes sociales: la insatisfacción en las relaciones amorosas presentes y futuras. 

Tomemos como ejemplo a Instagram: en 2019, #love fue el hashtag que ocupó el primer lugar, en el séptimo sitio encontramos #cute, en noveno está #beautiful, en el lugar 16 y 21 hallamos #smile y #beauty, respectivamente (Caballero, 2019). Cualquier persona que introduzca en el buscador de Instagram los anteriores hashtags se encontrará con una cantidad inconmensurable de chicos y chicas sumamente atractivos –y algunos gatitos también–.

En este punto consideremos que nos encontramos buscando el amor; al entrar a las redes sociales, abrimos un “catálogo” inmenso de potenciales parejas: estamos a un click de mandar ese mensaje con el cual podría iniciar nuestra futura relación amorosa. Pero, ¿cuáles son los efectos de encontrarnos con tal cantidad de personas para poder elegir a la adecuada entre todas ellas? Barry Schwartz (2016) expone los efectos psicológicos negativos de tan amplia gama de opciones: desacuerdo con las opciones que elegimos, parálisis de la elección, arrepentimiento y, lo que nos interesa a nosotros en este artículo, la insatisfacción con la opción elegida. 

La pregunta que sigue es ¿por qué?, ¿por qué tenemos a sentirnos menos satisfechos con nuestras parejas, si pareciera que entre tantas opciones una de ellas debe ser la adecuada? El argumento que presenta Schwartz es el siguiente: vivimos en un mundo en donde tenemos la libertad de elegir como nunca antes se había visto en la historia; podemos conocer a una persona de cualquier parte del mundo, o al menos, a alguien que no necesariamente pertenece a nuestro grupo íntimo de amistades, de trabajo o cual sea el grupo de personas en el que nos encontramos. Y si esa persona nos parece interesante le enviamos un mensaje con la esperanza de salir con ella y, en algún momento, empezar una relación (en el supuesto de que eso sea lo que queramos). Sin embargo, ¿cómo podemos elegir a la persona adecuada entre tan amplio número de opciones? La cuestión es que, debido al número casi infinito de opciones que tenemos, nuestras expectativas de encontrar a alguien exactamente con las características que imaginamos se elevan. Pensamos: “alguna de ellas debe ser la persona perfecta para mí”.

Una de las maneras que tendemos a usar para evaluar cuándo una opción es mejor que otra es la comparación social: comparamos a quien nos atrae con nuestras relaciones amorosas pasadas, con las relaciones que tienen nuestros amigos, con la idea de persona adecuada que hemos imaginado o, simplemente, con las otras opciones disponibles. El problema surge al hacer la comparación de nuestra potencial pareja (o actual pareja) con las vastas opciones que se nos presentan, ya que si la persona que nos atraía tenía características maravillosas, esas mismas características ya no suelen ser tan grandiosas comparadas con las increíbles características que nos pueden ofrecer las otras personas. Me explico: tomemos el caso de nuestros padres o abuelos, ellos tenían muchísimas más constricciones al elegir a su pareja que nosotros y es probable que la pareja que ellos eligieron la hayan conocido de su grupo cercano de amigos, de la escuela, del trabajo o de alguna actividad que realizaban. Y si han tenido la fortuna de escuchar a alguno de sus padres o abuelos decir que tienen al mejor esposo(a) del mundo, para ellos esa afirmación, aunque arriesgada, puede ser cierta, ya que ellos conocen a un número muy limitado de opciones (imaginemos 100) con las cuales comparar a su esposo o esposa. Si ustedes, estimados lectores, vuelven a su infancia antes del auge de las redes sociales, quisiera que recordaran a ese chico o chica que les parecía el más atractivo(a) de su escuela. No era difícil decir que esa persona era la más atractiva, ya que sólo tenían que compararlo con las otras personas de su salón. Sin embargo, comparen a esa misma persona con la cantidad de personas atractivas que vemos a diario en redes sociales –espero que no se hayan decepcionado demasiado, aunque es lo más probable–. 

Supongamos que lograron elegir a una pareja y fueron correspondidos, supongamos que la pareja que eligieron satisface aparentemente las altas expectativas que se generaron al tener tantas opciones. En algún momento (y no pretendo ser negativo) descubrirán que la persona que eligieron no es perfecta (porque nadie lo es y nadie tiene que serlo) y, al hacer frente a los problemas, es probable que en algún momento recuerden sus costes de oportunidad, es decir, las maravillosas características de las personas que no eligieron; podrían pensar que la otra persona que no eligieron no es tan celosa, que no ronca mientras duerme o que no tiene alguna característica negativa que sí tiene su actual pareja. El pensar en los costes de oportunidad genera arrepentimiento en la opción que elegimos e insatisfacción con la misma, dado que ya no parece ser la mejor, comparada con las fabulosas opciones que están allá afuera. Además, las redes sociales son un catalizador de la infidelidad, toda vez que son un recordatorio constante de las elecciones que no hicimos. 

Con todo lo anterior sobre la mesa, surgen dos preguntas ¿por qué esforzarme tanto en cortejar a una persona que me atrae si puede haber una persona “mejor” a la vuelta de la esquina —o más abajo en la pantalla—? Y ¿por qué debería esforzarme en solucionar los problemas o aguantar los “defectos” de mi actual pareja si la puedo cambiar por alguna de mis otras opciones? A mi parecer, esto es resultado directo de la cantidad de opciones que aparentemente se nos presentan día con día al entrar a una red social. 

Cabe decir que algunas personas pueden padecer la “parálisis de la elección” la cual consiste en que frente a tantas opciones para elegir (y esto puede ser aplicado a cualquier cosa) tendemos a postergar la elección o, simplemente, a no elegir nada en absoluto. Consideren elegir a donde van a viajar en las vacaciones: se encuentran con opciones como ir a la playa, ir a acampar, ir a un lugar cercano, a un lugar lejano, a mi lugar favorito o a un lugar nuevo; son tantas las opciones a elegir que nos preguntamos ¿por qué elegirla hoy? Mejor deja esa decisión complicada para mañana o para pasado mañana. 

Este problema con la elección puede verse incrementado en las personas que Schwarts (2016) denomina “maximizers”, que son las personas que buscan lo mejor y sólo están contentas con ello. El problema está que elegir a la “mejor” pareja no es siempre cuestión sencilla o cuando menos sea una cuestión clara. Por el otro lado, se encuentran los “satisficers” los cuales resuelven quedarse con lo que es suficientemente bueno y no preocuparse de que algo mejor esté allá afuera. Esto no quiere decir que los satisficers sean conformistas o que se van a quedar con la primera persona que vean, sino que tienen estándares realistas de lo que quieren y pretenden encontrar; se fijan un umbral en el cual cuando una opción que les atrae llega a ese umbral, eligen esa opción y detienen su búsqueda, además de dejar de observar lo que los demás tienen. Ahora, es cierto que todos somos maximizers en algunos aspectos de nuestras vidas: sólo buscamos lo mejor y eso es lo que esperamos; también es probable que en algunos casos los maximizers tengan resultados objetivos mejores que los satisficers, pero los primeros se sienten subjetivamente peor que los segundos. Pongamos el ejemplo de comprar una casa: después de pasarse semanas en busca de la mejor casa, teniendo en cuenta cosas como la cercanía en el trabajo, la seguridad del lugar, el acceso a servicios, el precio y cualquier otra cosa que se les pueda imaginar. Al encontrarla, ponen todo su esfuerzo y dinero para poder comprar la casa de sus sueños y efectivamente lo logran, pero solo para darse cuenta que el jardín del vecino parece más verde. 

Desde mi perspectiva, no vale la pena gastar tanto tiempo y energía en tratar de hallar a la pareja perfecta, si al final del día nos vamos a sentir decepcionados con la opción que elegimos. Considero que es preferible ser un satisficer en cuanto a cómo queremos a una pareja y una vez que encontremos a alguien que cumpla dichos estándares —o la mayoría— detengamos nuestra búsqueda y dejemos que estar comparando lo que somos y tenemos con las personas a nuestro alrededor. Porque algo es seguro, tener expectativas irreales tan altas, que nadie sea capaz de poder cumplirlas, es una camino que conduce a la miseria. 


Referencias

Adeva, R. (15 de septiembre de 2015). cinco dias el país. Obtenido de https://cincodias.elpais.com/cincodias/2015/09/11/lifestyle/1441958492_816046.html

Caballero, S. G. (1 de enero de 2019). viatea. Obtenido de https://viatea.es/redes-sociales/hashtags-mas-populares-de-instagram-en-2019/ 

Howard, J. (15 de julio de 2019). cnnespanol. Obtenido de https://cnnespanol.cnn.com/2019/07/15/el-uso-creciente-de-las-redes-sociales-esta-relacionado-al-aumento-de-sintomas-depresivos-en-adolescentes-dice-estudio/ 

Llano, J. C. (21 de marzo de 2019). Juan Carlos Mejía. Obtenido de https://www.juancmejia.com/marketing-digital/estadisticas-de-redes-sociales-usuarios-de-facebook-instagram-linkedin-twitter-whatsapp-y-otros-infografia/ 

Reyes, C. A. (2015). Alan revista. Obtenido de https://www.alanrevista.org/ediciones/2015/suplemento-1/art-216/ 

Schwartz, B. (2016). The paradox of choice. New York: HarperCollinsPublishers. 

Team Latamclick. (18 de septiembre de 2018). Team Latamclick. Obtenido de https://www.latamclick.com/estadisticas-de-tinder-2018-analisis-datos/ 

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*Iván A. Rico Guevara es estudiante en la Facultad de Derecho de la UNAM y colaborador invitado de BPP A.C.

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