Selección por consecuencias: Skinner y el aprendizaje como proceso evolutivo
Por Anthony Biglan* (Brooklyn, Nueva York, 1944) | Traducción al español por Isaac Vázquez** (@Itzhak_Vazquez)
En esta reseña de su libro The Nurture Effect, Biglan ilustra la relación entre lo micro y lo macro, lo estructural y lo individual y, en general, entre las capacidades biológicas del ser humano y los efectos del contexto en lo que hacemos, decimos, pensamos y sentimos: los efectos del contexto en nuestro comportamiento.
La evolución actúa a través de la selección genética, la selección conductual y la selección cultural. La violencia no es solo un problema estructural, también es un problema comunitario y, en menor medida, un problema individual. La ciencia conductual, como ciencia natural y ciencia del comportamiento humano, nos ayudar a discernir dónde se une cada eslabón y qué podemos hacer para crear contextos familiares, escolares, laborales y sociales más enriquecedores y propicios para el desarrollo de nuestras capacidades personales.
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Hasta hace poco, los psicólogos evolucionistas consideraban las explicaciones conductistas del comportamiento humano como incompatibles con la teoría evolutiva. Describían el trabajo de B.F. Skinner como parte del “modelo estándar de las ciencias sociales” y le prestaban poca atención.
Pero Skinner era de hecho un evolucionista que extendió el pensamiento evolutivo a la selección de comportamiento. Él argumentaba que la flexibilidad para el cambio conductual y cultural es una facultad evolutiva de los organismos y un proceso evolutivo en sí mismo.
En esencia, podemos estudiar el desarrollo conductual apegándonos a los mismos principios de la variación y la selección por consecuencias que están involucradas también en la selección genética (Wilson, Hayes, Biglan, & Embry, 2014).
Durante los últimos cincuenta años, el desarrollo de esta idea se ha traducido en un progreso considerable en nuestra habilidad para tratar y prevenir la mayoría de los problemas de comportamiento humano (Biglan, 2015). A principios de los años sesenta, la investigación conducida dentro del campo analítico-comportamental comenzó a demostrar el impacto del reforzamiento positivo en nuestro actuar. Este trabajo ha contribuido al desarrollo de numerosas intervenciones efectivas para cultivar el comportamiento pro-social en familias, escuelas y lugares de trabajo (p.ej. Patterson, Forgatch, & DeGarmo, 2010, Horner et al., 2009, Daniels, 1994).
La selección por consecuencias puede explicar la mayoría de los conflictos humanos. Y el conflicto no solo conduce a violencia interpersonal, sino que también contribuye al desarrollo de la mayoría de los problemas psicológicos –problemas conductuales- de niños y adolescentes, incluyendo comportamiento anti-social (Biglan, Brennan, Foster, & Holder, 2004). Recientemente, estudios han identificado una correlación entre las enfermedades cardiovasculares durante la mediana edad y el estrés causado por conflicto durante la infancia (Miller, Chen, & Parker, 2011).
El trabajo empírico sobre la selección de conductas conflictivas y comportamiento social agresivo comenzó con el trabajo de Gerald R. Patterson y sus colegas (Patterson, Reid, & Dishion, 1992). Ellos observaron momento a momento las interacciones al interior de las familias con hijos agresivos en un esfuerzo por entender cómo se desarrollaba ese tipo de comportamiento. El resultado fue una teoría empírica de la coerción (Dishion & Snyder).
Comparaciones entre las interacciones de esta familia con las interacciones de otras familias con poca o nula agresión demostraron que la conducta agresiva del niño y de otros miembros del núcleo familiar era seleccionada en tanto producía breves descansos de la conducta agresiva de los otros. Los humanos han evolucionado para recibir reforzamiento cuando lo que hacen cesa las amenazas o los ataques que reciben de parte de otras personas. En las familias con hijos agresivos, tanto para niños como para adultos, el comportamiento pro-social es relativamente poco reforzado; la familia es menos proclive a escucharlos, abrazarles, sonreírles, jugar con ellos y demás. Mientras que, por el contrario, es más proclive a molestar, criticar, gritar e ignorar su comportamiento.
Análisis de las interacciones momento a momento en estas familias demostraron que miembros de la familia se enfrascaban en “duelos” de interacciones aversivas que solo terminaban cuando otro miembro de la familia escalaba su comportamiento al punto de que la persona que comenzó el conflicto cesaba su comportamiento aversivo. Un niño podría molestar o quejarse repetidamente mientras uno de sus padres le pide de manera repetida que se detenga. Eventualmente, el padre podría gritar o golpear al niño y él cesaría de quejarse. Porque este comportamiento aversivo era ocasionalmente exitoso logrando que otros dejaran de molestar, los miembros de la familia comenzaron a comportarse de manera aversiva habitualmente.
Investigación subsecuente mostró que el conflicto marital persistió debido al éxito ocasional de uno de los esposos en hacer que el otro cesara sus gritos, críticas o reproches (Patterson & Hops, 1972). En investigación que realicé junto a Hyman Hops (Biglan, Hops, & Sherman, 1988; Biglan et al., 1985) encontramos que la conducta depresiva de algunas madres era reforzada por el hecho de que otros miembros de la familia cesaban su comportamiento aversivo cuando ellas se mostraban “tristes”.
Patterson y sus colegas siguieron la vida de niños agresivos y no agresivos hasta la adultez. Al tiempo en que esta investigación comenzó, ninguno creía que estas interacciones desagradables en la vida cotidiana pudieran explicar el desarrollo de conducta criminal en el largo plazo. Pero es precisamente eso lo que encontraron. Niños cuyos repertorios conductuales agresivos fueron moldeados en estas familias llegaron a la escuela con una deficiencia de comportamiento cooperativo y pro-social. Como consecuencia, solían tener dificultades en el aprendizaje y eran rechazados por sus compañeros. Numerosos estudios han rastreado el recorrido estos niños mientras se unían a grupos de compañeros con comportamientos similares y comenzaban a consumir drogas, cometer crímenes y a tener hijos a temprana edad. Trabajos recientes sugieren que estos patrones de comportamiento son consistentes con la tesis de que, en un mundo amenazante, tener hijos a temprana edad podría ser la única manera de que los genes de uno sobrevivan. (Dishion, Ha, & Véronneau, 2012).
Comprender el proceso de la coerción ha contribuido al desarrollo de un conjunto de intervenciones que pueden reducir significativamente la carga de comportamientos humanos problemáticos. En mi nuevo libro, The Nurture Effect, describo cómo numerosas intervenciones a nivel familar y escolar que reducen la interacción aversiva e incrementan el comportamiento prosocial. Estas intervenciones han demostrado ser capaces de prevenir el desarrollo de comportamiento criminal, el uso de alcohol, tabaco y otras drogas, el fracaso académico y la depresión.
Esto lo logran al crear ambientes más enriquecedores. Lo que los caracteriza es que a) mantienen la coerción al mínimo; b) refuerzan profusamente el comportamiento prosocial; c) limitan la posibilidad de involucrarse en conductas de riesgo o dañinas, y; d) respaldan una aproximación resiliente a la vida en la que las personas persisten en comportamientos prosociales incluso frente a situaciones estresantes y pensamientos o sentimientos desalentadores.
Podemos evolucionar hacia una sociedad más enriquecedora al implementar a gran escala en escuelas, familias y lugares de trabajo programas probados y efectivos. Aunque, adicionalmente, necesitamos entender y modificar el contexto social más amplio que los afecta. En mi siguiente ensayo, describiré cómo la evolución reciente de la sociedad estadounidense ha contribuido a incrementar el conflicto y la coerción y como puede transformarse en una cultura que propicie el desarrollo humano.
Referencias
Biglan, A. (2015). The nurture effect: How the science of human behavior can improve our lives and our world. Oakland, CA: New Harbinger.
Biglan, A., Brennan, P. A., Foster, S. L., & Holder, H. D. (2004). Helping adolescents at risk: Prevention of multiple problem behaviors. New York: Guilford.
Biglan, A., Hops, H., & Sherman, L. (1988). Coercive family processes and maternal depression. In R. D. Peters & R. J. McMahon (Eds.), Social learning and systems approaches to marriage and the family (pp. 72-103). New York: Brunner/Mazel.
Biglan, A., Hops, H., Sherman, L., Friedman, L. S., Arthur, J., & Osteen, V. (1985). Problem-solving interactions of depressed women and their husbands. Behavior Therapy, 16, 431-451.
Daniels, A. C. (1994). Bringing out the best in people: How to apply the astonishing power of positive reinforcement. New York: Mc-Graw-Hill.
Dishion, T. J., Ha, T., & Véronneau, M. H. (2012). An ecological analysis of the effects of deviant peer clustering on sexual promiscuity, problem behavior, and childbearing from early adolescence to adulthood: an enhancement of the life history framework. Developmental Psychology, 48, 703-717.
Horner, R. H., Sugai, G., Smolkowski, K., Eber, L., Nakasato, J., Todd, A. W. et al. (2009). A randomized, wait-list controlled effectiveness trial assessing school-wide positive behavior support in elementary schools. Journal of Positive Behavior Interventions, 11, 133-144.
Miller, G. E., Chen, E., & Parker, K. J. (2011). Psychological stress in childhood and susceptibility to the chronic diseases of aging: moving toward a model of behavioral and biological mechanisms. Psychological Bulletin, 137, 959-997.
Patterson, G. R., & Hops, H. (1972). Coercion, a game for two: Intervention techniques for marital conflict. In R. E. Ulrich & P. T. Mountjoy (Eds.), The experimental analysis of social behavior (pp. 424-440). New York: Appleton-Century-Crofts.
Patterson, G. R., Forgatch, M. S., & DeGarmo, D. S. (2010). Cascading effects following intervention. Development and Psychopathology, 22(4), 949-970.
Patterson, G. R., Reid, J. B., & Dishion, T. J. (1992). Antisocial boys: A social interactional approach (Vol. 4). Eugene: Castalia Publishing Company.
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Texto publicado originalmente en el portal de The Evolution Institute bajo el título «Selection By Consequences: Recovering Skinner’s Key Insight About Learning As An Evolutionary Process».
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* Anthony Biglan es científico titular en el Oregon Research Institute, investigador principal del Teacher Wellbeing Project, director del Center on Early Adolescence, e investigador co-principal del Promise Neighborhoods Research Consortium. El también Doctor en Psicología Organizacional, ha realizado diversas investigaciones sobre la prevención de conductas problemáticas en adolescentes, así como evaluaciones experimentales de intervenciones para prevenir el consumo de tabaco, el uso de otras drogas, el comportamiento sexual de alto riesgo, las dificultades para la lectura y el comportamiento social agresivo.
** Isaac Vázquez es politólogo y psicólogo científico. Es presidente y cofundador de BPP A.C.
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