Pobres… ¿porque quieren?


Iván A. Rico Guevara*

Error de atribución fundamental. Es un nombre chic que suena como algo bastante complicado, sin embargo, es el nombre que se le da a un sesgo cognitivo que estoy seguro que todos hemos visto (o caído en él). Básicamente, el error de atribución fundamental es la tendencia de las personas a sobrestimar las características personales e ignorar factores circunstanciales al momento de juzgar el comportamiento de los otros. Es a causa de este sesgo que tendemos a creer que las personas hacen cosas buenas o malas porque son buenas o malas personas, sin tener en cuenta el contexto (Shotton, 2018). Para explicar este sesgo veamos algunos ejemplos e historias:
  • “Yo estudio un máster en finanzas porque quiero dedicarme al negocio familiar, pero Alberto estudia lo mismo porque es un materialista”.
  • Un día vas caminando en la banqueta y ves a un vagabundo que pide dinero; te conmueve y, al mismo tiempo que buscas una moneda para darle, ves a las demás personas pasar a su lado sin detenerse, incluso ves a una persona que desvía la mirada del vagabundo, piensas: “¡Qué egoísta es la gente en estos días!” Después descubres que solamente tienes un billete de 100, así que continúas tu camino (y evitas la mirada del vagabundo).
  • Estás en una fiesta y un amigo te presenta a otra persona, quien te da la mano, te ofrece una breve y fingida sonrisa, y se va “¡Qué persona tan engreía!”, piensas dentro de ti. Más tarde, tu amigo te cuenta que esa persona acaba de perder a un ser querido.
Al dar una razón del porqué las personas actúan de tal manera tendemos a creer que ellas actúan de esa manera porque así son, no obstante, algo interesante ocurre al explicar nuestra propia forma de conducirnos: usualmente, ponemos demasiado énfasis en el contexto cuando explicamos un comportamiento inapropiado. Sin embargo, ese no es el caso cuando tratamos de explicar un comportamiento o una condición positiva propios (The University of Texas at Austin, 2019). 

Puedo decir, sin temor a equivocarme, que todos hemos escuchado a alguien en la escuela decir lo siguiente: “¡Saqué 10 en esa materia, soy un genio! Pero reprobé ésta otra porque el profesor me reprobó”. En este ejemplo puede darse el caso de que el estudiante esté diciendo la verdad; quizá sea un genio y por eso obtuvo 10 y en la otra materia el profesor era poco objetivo al calificar y además lo odiaba, por lo cual lo reprobó. Ahora, también puede ser que el profesor de la primera materia era barco, y en la segunda materia el estudiante no estudió para los exámenes o no entregó las actividades. En realidad, pueden haber demasiados factores para explicar lo anterior, mas, lo interesante en este caso es la tendencia a darnos todo el crédito cuando las cosas nos salen bien y a echarle la culpa a otros cuando el resultado no nos es favorable. 

Expuesto todo lo anterior, ¿qué tiene que ver este sesgo con el título de este artículo? 

La frase “los pobres son pobres porque quieren” es una exclamación en extremo simplista y desgraciadamente recurrente. Pero, ¿acaso los pobres desean ser pobres? ¿O hay una variable más en la ecuación? 

De acuerdo con Joseph Stiglitz, galardonado con el Premio Nobel de economía en 2001, el 90% de las personas que nacen pobres mueren pobres sin importar el esfuerzo que hagan y, por otro lado, el 90% de los que nacen ricos, mueren en la misma clase social, independientemente de que hagan mérito para ello o no (Stiglitz, 2018). 

Una afirmación impactante que va en contra de la cultura de la meritocracia, pero ilumina el hecho de que hay muchos factores contextuales que mantienen a una persona pobre (y rica) dentro de su clase social independientemente del esfuerzo que esta haga. 

Un ejemplo de ello lo podemos ver con el acceso a la educación, en México: el sistema educativo está permeado por una dinámica que estratifica el acceso al aprendizaje, en donde el estatus socioeconómico de una familia tiene una fuerte correlación positiva con el nivel de rendimiento académico. A su vez, los hijos de familias que pertenecen a estratos económicos bajos están privados del acceso a bienes culturales que poseen los hijos de familias con mayor nivel socioeconómico y cultural. Para añadir otra variable, el nivel de estudios está correlacionado positivamente con el nivel de ingresos, por lo que nos encontramos ante un círculo vicioso: entre mayor sea el ingreso familiar, mejores oportunidades y rendimiento académico tendrán los hijos de dichas familias, y a mayor nivel educativo mayor ingreso. Y como es de esperar, el círculo vicioso también opera –en sentido inverso- para las clases sociales menos favorecidas (Tapia, 2016). 

Si a lo anterior agregamos la discriminación, el acceso deficiente a los servicios de salud, una alimentación inadecuada, pocas oportunidades laborales y una larga lista, podemos notar que darle respuesta a un fenómeno tan complejo con una sola frase resulta absurdo. 

Derivado de lo anterior, considerar que la situación de las personas pobres es principal o únicamente atribuible a su idiosincrasia, o a construcciones sociales como llamarlos flojos, carentes de visión, conformistas o cualquier otro peyorativo, es un error, un sesgo cognitivo y una simplificación obscena. En su lugar debemos observar el fenómeno con toda su complejidad para poder hallar conceptos más útiles y precisos para tratar de explicar tales hechos. En este punto debo decir que también es (bastante) probable que las personas en posiciones privilegiadas hayan tenido que esforzarse y que no todo fue miel sobre hojuelas. Mi argumento central es que darnos todo el crédito de nuestras buenas acciones sin tener en cuenta el contexto y considerar las condiciones negativas de las personas como resultado puramente derivado de su forma de ser, es un error, un error que nos lleva a simplificar de manera excesiva el complejo fenómeno de la pobreza. Tenemos que tener en cuenta una cantidad importante de factores personales y ambientales si es que queremos analizar de manera más objetiva un asunto social como éste. Al final del día, el mundo es mucho más complejo de lo que parece.

RSA Minimate: La tiranía del mérito | Michael Sandel


Referencias:
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*Iván A. Rico Guevara es estudiante en la Facultad de Derecho de la UNAM y colaborador invitado de BPP A.C.

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