Lavarse las manos puede detener el coronavirus, ¿por qué no lo hacemos?


Por Michael Hallsworth* (@mhallsworth) | Traducción por Gabino Martínez** (@GabinoMartnez11)

La preocupación mundial por el nuevo coronavirus, o COVID-19, está en su nivel más alto hasta ahora. La Organización Mundial de la Salud advierte que los países deben "hacer todo lo que harían para prepararse para una pandemia". Muchas personas están considerando ahora el efecto del virus en ellos personalmente y se preguntan cómo pueden minimizar sus posibilidades de ser infectados.

La buena noticia es que hay un comportamiento que claramente ayuda: una buena higiene de manos, en particular, lavárselas. Por ejemplo, las guías oficiales para el manejo de la influenza pandémica enfatizan la higiene de las manos como una forma de disminuir la transmisión (Nota: La influenza y el nuevo coronavirus son diferentes, pero podemos aprender de la preparación y los protocolos de la influenza). Sabemos por estudios controlados que el lavado de manos es efectivo para eliminar los virus de las manos. El desinfectante de manos (desinfectantes para manos a base de alcohol) también puede ser efectivo para algunos tipos de influenza, pero lavarse las manos tiene beneficios más amplios y, por lo tanto, es la opción que recomienda el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos.

La mala noticia es que a la gente le resulta bastante difícil lavarse las manos de manera efectiva y constante.

En 2008, un estudio encontró que el 28 por ciento de los viajeros en cinco ciudades diferentes tenían bacterias fecales en sus manos. Se trata de un problema universal: incluso los profesionales de la salud luchan, a pesar de los beneficios inmediatos para los pacientes. Las personas informan que se lavan las manos mucho más a menudo de lo que realmente lo hacen, y se lavan menos cuando creen que no están siendo observadas. Lo más importante es que las intervenciones para aumentar el lavado de manos a menudo muestran resultados decepcionantes que pueden no ser sostenibles.

¿Por qué no nos lavamos las manos tanto como deberíamos?

La ciencia del comportamiento puede ayudar a identificar algunas de las barreras clave. También puede sugerir lo que podría marcar la diferencia para el COVID-19 en ausencia de una vacuna, reconociendo que hay mucho que aún no sabemos sobre este virus.

La primera barrera puede ser la falta de conocimiento sobre la eficacia del jabón, el agua y la limpieza. La gente puede simplemente no darse cuenta de lo bien que las acciones específicas de lavado de manos pueden prevenir la propagación de enfermedades infecciosas. Por ello, muchos organismos de salud pública llevan a cabo campañas educativas, que pueden tener efectos variables en función de la medida en que tengan en cuenta las pruebas sobre la conducta.

Por ejemplo, el fin de semana pasado, el Behavioral Insights Team (BIT), la organización para la que trabajo, realizó una serie de pruebas en línea con 3,500 adultos del Reino Unido para evaluar el impacto de diversos carteles en el comportamiento de lavado de manos de la gente. Encontramos que los carteles parecían tener efectos más fuertes en las personas que ya se lavaban las manos con más frecuencia. En otras palabras, la gente más dócil se volvió aún más. Obviamente, este es un problema real para el control de infecciones.


Un problema específico con el COVID-19 puede ser que la atención de las personas está siendo atraída hacia otra cosa: máscaras faciales. En muchos países, los cubrebocas en público son poco comunes. Por lo tanto, la gente en estos lugares son más propensas a notar cuando otros están usando máscaras, ya que hacerlo es visible y novedoso — ¡a diferencia de lavarse las manos! Esto puede crear la percepción de que llevar un cubrebocas es la prioridad para prevenir la infección.

Hay beneficios de las mascarillas faciales, pero aún no hay evidencia sobre cómo se usan o si funcionan si las usan personas que aún no están infectadas. Al menos un estudio sugiere que por sí solas pueden ser menos efectivas que el lavado de manos para prevenir la transmisión. Y dado que hay un suministro limitado, los cubrebocas deben reservarse para las personas y situaciones en las que pueden hacer el mayor bien.

Quizás la principal preocupación sea que las personas puedan tener un termostato de riesgo, por lo que tomar medidas de protección en un área significa que se sienten con mayor licencia para tomar riesgos en otra. La obtención de una máscara puede hacer que las personas se sientan más protegidas y puede significar que hagan menos esfuerzos para lavarse las manos adecuadamente.

Es poco probable que la sensibilización sea suficiente por sí sola. También debemos considerar la disponibilidad. En algunos casos, existen barreras prácticas para lavarse las manos: el agua, el jabón y los materiales de secado pueden no estar disponibles. Las personas pueden ser conscientes de lo que deben hacer, pero no pueden seguir adelante. Una solución obvia es aumentar el suministro de dispensadores de desinfectantes para manos a base de alcohol en los lugares donde no es posible lavarse las manos. Se ha demostrado que hacer esto mejora la higiene de las manos por sí solo.

Sin embargo, la ciencia del comportamiento muestra que no toda la "disponibilidad" es igual: incluso pequeños aumentos en el esfuerzo requerido pueden resultar en que un desinfectante para manos no sea usado. Por lo tanto, aquellos que proporcionan desinfectante para manos también deben considerar si han hecho el uso tan conveniente como sea posible. ¿Cómo se pueden ubicar los dispensadores para que la gente no tenga que desviarse para utilizarlos? ¿Cómo se puede hacer que los dispensadores sean más prominentes, como el uso del color? ¿Dónde normalmente tienen que deternse las personas, haciéndolos más abiertos al uso, como esperar un ascensor?


Esto lleva al punto final: la gente no puede lavarse las manos aunque conozca los beneficios y la opción disponible. Pueden estar ocupados, cansados, o simplemente tienen que hacerlo demasiado a menudo para poder cumplir con su obligación. Este es un ejemplo claro de la brecha entre la intención y el comportamiento. Aunque tengamos la intención de lavarnos las manos, el contexto inmediato puede significar que no cumplamos.

A veces esta brecha entre la intención y la conducta puede reducirse introduciendo indicaciones o recordatorios en el momento en que es necesario lavarse las manos. En un estudio se probó el efecto de colocar diferentes mensajes por los dispensadores de jabón en los baños de una estación de servicio de una autopista en Inglaterra. Luego, los investigadores instalaron dispositivos inalámbricos para medir el uso del jabón. Los mensajes más efectivos aumentaron el uso de jabón en un 10%, pero los efectos variaron en función del género: los mensajes se centraron en la forma en que el jabón mata los gérmenes funcionaban mejor para las mujeres, mientras que los varones respondían a los que provocaban asco. (El género parece ser un factor importante para el lavado de manos en general).

Tal vez la táctica más efectiva y sostenible es hacer que el comportamiento sea habitual. Los hábitos son acciones que ocurren sin una decisión consciente cuando nos encontramos con una situación o señal particular. Una encuesta de 12,000 hogares encontró que lavarse las manos con jabón era más probable cuando el lavado de manos era un comportamiento "automático". El consejo de cantar el "Happy Birthday" dos veces mientras se lavan las manos para alcanzar los 20 segundos necesarios para eliminar los virus reconoce implícitamente el valor del hábito: dado que esta canción nos resulta tan familiar, es probable que continúe automáticamente a su finalización una vez iniciada.

Otra vía prometedora es que las comunicaciones de salud pública ayuden a las personas a vincular el lavado de manos con acontecimientos comunes. Por ejemplo, el nuevo cartel del gobierno británico sobre el lavado de manos, que el BIT ayudó a elaborar, relaciona explícitamente el lavado de manos con tres actividades habituales: llegar a casa o al trabajo, sonarse la nariz y comer o manipular alimentos. Pero también debemos ayudar a nuestros amigos y familiares a crear claves para lavarse las manos que funcionen para ellos y sus rutinas diarias.

Lavarse las manos puede ser difícil, pero también es vital. La causa de la esperanza es que la gente tiene la capacidad de aumentar el lavado de manos en nuestros hogares, lugares de trabajo y otros sitios. Pero esto sólo puede suceder si utilizamos la ciencia del comportamiento para ser realistas sobre las barreras físicas y mentales a las que se enfrenta la gente, en lugar de sólo amonestarles para que hagan lo correcto. Si centramos la atención en el lavado de manos, modificamos el entorno para que sea lo más fácil posible y creamos nuevos hábitos vinculando el lavado a las conductas existentes, podemos aprovechar una de las medidas más efectivas para evitar la propagación del virus.

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Lecturas y recursos adicionales:

  • How to Prepare for the Coronavirus. (2020). The New York Times. (Link)
  • Hollingworth, C. & Barker, L. (2019). Saving Lives By Closing the Intention-Action Gap. Behavioral Scientist. (Link)
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Texto publicado originalmente en Behavioral Scientist, bajo el título «Handwashing Can Stop a Virus—So Why Don’t We Do It?».
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Michael Hallsworth (@mhallsworth) es Director General para Norteamérica del Behavioural Insights Team (BIT). Es Doctor en Economía del Comportamiento por el Imperial College de Londres, y profesor adjunto en la Universidad de Columbia.

** Gabino Martínez (@GabinoMartnez11) es economista por la Facultad de Economía de la UNAM. Actualmente es Coordinador General de Investigación en BPP A.C.

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