La moral pública como respuesta colectiva para enfrentar la Covid-19


Por Barry Schwartz* (@BarrySch) | Traducción por Gabino Martínez** (@GabinoMartnez11).

El país se está abriendo. Hay mucho debate sobre si es prematuro. Ya veremos, ¿no? También se debate sobre el uso de cubrebocas (cuándo y dónde) y la sana distancia (cuánta gente es demasiada; a qué distancia deberían estar). Parte de este discusión es sobre lo que la ciencia nos dice. Pero algo de esto es ideológico: cuánto puede decirnos el gobierno sobre qué hacer con nuestros cuerpos y con quién hacerlo. Los compromisos con la libertad individual chocan con las preocupaciones por la seguridad; la libertad choca con la responsabilidad. ¿Cómo deberíamos responder como sociedad a este desafío?

Podemos aprender algunas lecciones de un pasado no muy lejano. Sé que la juventud pueden encontrar esto increíble pero, cuando fui a la universidad, fumaba durante las clases. También lo hacía el profesorado. Cuando me convertí en académico, me uní a su grupo, usando la bandeja de tiza como cenicero. Cuando jugaba en los torneos de naipes, el humo era tan espeso que apenas se veían las cartas sobre la mesa. Las personas echaban humo en los restaurantes, fumando con su café, entre platos e incluso entre bocados. Si el olor del humo te resultaba desagradable o tenías asma, podías acercarte tímidamente a una persona fumadora en una mesa contigua y preguntarle, mansamente, si le importaría soplar el humo en otra dirección. Incluso entonces, no había ninguna incertidumbre sobre los efectos de fumar en la salud. Pero la gente tenía derechos. Parecíamos estar de acuerdo en que las personas tienen derecho a ser estúpidas. ¡Es mi cuerpo y moriré si quiero!

¿Cómo llegamos de ese día a este, con prohibiciones generalizadas de fumar en lugares públicos? La respuesta, creo, fue el descubrimiento de los efectos del humo de segunda mano (o pasivo). Cuando fumaba, dañaba a los transeúntes inocentes. Dañó a infantes, incluyendo el mío. La investigación sobre el humo de segunda mano comenzó en la década de 1960, mostrando los efectos negativos en los animales de laboratorio. A medida que el trabajo continuó, no dejó ninguna duda de que el humo pasivo contribuye al asma, a las enfermedades cardiovasculares, a muchos tipos de cáncer, a los accidentes cerebrovasculares, al deterioro cognitivo y a un sinnúmero de otras enfermedades. Este tipo de hallazgos permitió a la gente exigir, no pedir, que otros apagaran sus cigarrillos. La investigación sobre el humo de segunda mano condujo finalmente a toda la regulación que ahora damos por sentada.

¿Por qué esta investigación alteró las actitudes del público y las modificó tan rápido en una sola generación? La respuesta, considero, es que los hallazgos sobre el humo de segunda mano tomó una decisión individual (tal vez tonta) y la moralizó, al enfatizar sus efectos sobre los demás. Ya no era simplemente absurdo fumar; era inmoral. Y eso lo cambió todo.

El psicólogo Paul Rozin ha estudiado el proceso de moralización. Cuando las actividades se moralizan, pasan de ser temas de criterio individual a ser asuntos de obligación. El fumar pasó de ser una decisión individual de consumo a ser una transgresión. Y el proceso de moralización puede ir dirección contraria, como hemos visto, para la mayoría de las personas, en el caso de la sexualidad. En los últimos años, la homosexualidad se ha "desmoralizado", y las sanciones morales contra ella se han ido desvaneciendo lentamente.

Otro ejemplo de moralización se produjo en relación con la conducción bajo los efectos del alcohol. Las personas solían considerarlo divertido, temerario, incluso como un macho para ponerse al volante después de una noche en un bar o una fiesta. Al igual que con el tabaco, beber y conducir puede ser una estupidez, pero no prohibimos a la gente hacer cosas estúpidas. Entonces, en 1980, Candace Lightner respondió a la muerte de su hija de 13 años a manos de un conductor ebrio que se dio a la fuga, estableciendo el MADD, Madres contra la Conducción en Estado de Ebriedad. Y eso lo cambió todo: conductores designados, llaves de coche en una cesta, serias penas legales por conducir bajo la influencia del alcohol. MADD hizo por conducir ebrio lo que la investigación sobre el humo de segunda mano hizo por fumar: convirtió algo meramente tonto en algo inmoral.

Considero que podemos aprender una valiosa lección para el momento presente de los ejemplos de fumar y conducir ebrio. Como sociedad, somos reacios a decirle a las personas cómo vivir sus vidas, excepto en la medida en que las decisiones individuales afectan a la vida de los demás. Cualquier cosa que hagamos que afecte a las demás tiene una dimensión moral significativa, y en estas circunstancias, el resto de la ciudadanía y nuestras instituciones públicas tienen el derecho —tal vez hasta la responsabilidad— de limitar lo que debemos hacer. "¡No te acerques tanto a mí!" "¡Ponte un maldito cubrebocas!" "¡Tu derecho a mover los brazos se detiene en mi barbilla!"

Debió ser obvio desde el principio que el fumar y el conducir borracho tienen efectos en la demás gente. Pero casi todo lo que hacemos tiene efectos en el resto, y no vamos a decirle a las personas, en detalle molecular, cómo vivir sus vidas. Sin embargo, fumar y conducir ebrio tiene efectos de vida o muerte. Eso marca la diferencia. Nos sentimos con derecho a decirle a la gente qué hacer. Bueno, también lo hace COVID-19. Por eso lo llaman enfermedad "infecciosa".

Mi propia lectura de los mensajes de salud pública que se ofrecen a medida que la sociedad se abre es que han estado demasiado enfocados en los efectos de nuestro comportamiento en nosotros, y no lo suficientemente centrados en los efectos de nuestra en las demás personas. Moralizar la forma en la que nos comportamos al salir del aislamiento social y económico puede ayudar mucho a inducir a la gente a actúe de manera responsable y a capacitar a quienes les rodea para exigir que procedan de manera responsable. Por lo tanto, analicemos la conducta de alto riesgo frente al COVID-19 como fumar en restaurantes y conducir en estado de ebriedad. Las sanciones morales tienen efectos poderosos en el comportamiento. Veamos si podemos usarlas para frenar la imprudencia ante una pandemia.

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Lecturas y recursos adicionales

Schwartz, B. & Sharpe, K. (2011). Practical Wisdom: The Right Way to Do the Right Thing. New York, NY: Riverhead Books. (Enlace)

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* Barry Schwartz (@BarrySches profesor visitante en la Escuela de Negocios de Haas, U.C. Berkeley y profesor emérito de psicología en el Swarthmore College. 

** Gabino Martínez (@GabinoMartnez11) es economista por la Facultad de Economía de la UNAM. Actualmente es Coordinador General de Investigación en BPP A.C.

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