Desafíos conductuales de la (anhelada) vacuna COVID-19


Por Michael Hallsworth* (@mhallsworth) y Alison Buttenheim** (@abuttenheimTraducción por Jorge Guzmán*** (@JorgeGuzman_).

La pandemia de coronavirus ha promovido esfuerzos sin precedentes para encontrar una vacuna. Se han invertido miles de millones en su desarrollo, y los plazos de años se han reducido a meses. Se considera que la vacuna es una de las herramientas esenciales para poner fin a la actual crisis. Hay al menos 199 vacunas en desarrollo, de las cuales 24 ya están en ensayos clínicos.

Pero, al mismo tiempo, ha aumentado la preocupación de que muchas personas no se pongan la vacuna COVID-19 cuando aparezca. Una encuesta reciente mostró que uno de cada tres estadounidenses no se vacunaría; otra mostró que uno de cada cinco se negaría activamente a hacerlo. Esto significa que los países podrían no alcanzar el nivel de asimilación necesario para la inmunidad colectiva, que se produce cuando se vacuna a un número suficiente de personas para detener la propagación del virus de manera eficaz (protegiendo incluso a quienes no han recibido la vacuna).

Dados estos retos, además de crear una, necesitamos un gran esfuerzo para entender cómo reaccionará la gente a la vacuna COVID-19. Consideramos que la ciencia del comportamiento puede ayudar. Si esta "última milla" de hacer la vacunación fácil, atractiva, social y oportuna no se supera con éxito, entonces la vacuna puede tener sólo un impacto limitado, lo que significa un costo social, humano y económico mucho mayor.

No es sencillo: habrá obstáculos reales para su aceptación y preguntas legítimas sobre cuán segura y efectiva puede ser la vacuna COVID-19.

Ya sabemos que asegurar la adopción de las vacunas en general puede ser difícil. Sólo el 45 % de las personas adultas en Estados Unidos se vacunaron contra la influenza en 2018-19; en 13 países, la adopción de la vacuna infantil DTP (una vacuna combinada que protege contra la difteria, el tétanos y la tos ferina), que salva vidas, ha disminuido en 10 por ciento o más desde 2015. También sabemos que la ciencia del comportamiento ofrece algunas estrategias sencillas para aumentar la vacunación, como recordatorios, incentivos y cambios en los valores por defecto.

Pero también tenemos que trabajar en los desafíos específicos conductuales que surgirán para la vacuna COVID-19. ¿Qué sabemos ahora, y qué necesitamos averiguar? Ya podemos identificar tres áreas en las que centrarnos: cómo reaccionamos ante los riesgos antes de que la vacuna COVID-19 esté disponible; la naturaleza de la propia vacuna; y la forma en que el riesgo varía según la geografía y los grupos.

La reacción a los riesgos antes de que la vacuna COVID-19 esté disponible  

No habrá una vacuna disponible por algún tiempo. Antes de que eso ocurra, sólo es realista pensar que muchas personas querrán o necesitarán tomar medidas que aumenten su riesgo de exposición (por ejemplo, viajar al trabajo, visitar a sus familiares). Podemos ver tres formas en que este contexto puede afectar a la aceptación de la vacuna: a través de la racionalización, la costumbre y el rechazo.

Racionalización: Puede ocurrir cuando sabemos que nuestras acciones pueden implicar un mayor riesgo, pero las llevamos a cabo de todos modos. Resolvemos esta tensión cambiando nuestras creencias: por ejemplo, pensando que una actividad en realidad no es demasiado arriesgada después de todo. El hecho mismo de que necesitemos funcionar en un mundo pre-vacuna nos motiva a considerar que necesitamos menos la vacuna, ya que reducimos los riesgos presentes en ese mundo.

Hay características específicas de la COVID-19 que hacen más probable la racionalización. En primer lugar, está el hecho de que muchas personas infectadas no experimentan ningún síntoma. Un estudio oficial de 20, 000 hogares en Inglaterra encontró que alrededor del 70 % de los casos eran asintomáticos; otras investigaciones han producido estimaciones de alrededor del 40-50%. En segundo lugar, los síntomas conocidos de la COVID-19 se han expandido más allá del foco inicial de fiebre y tos; la enfermedad parece presentarse de muchas formas diferentes.

A medida que crece la conciencia de estos dos puntos, es posible que la gente sea más proclive a racionalizar su conducta asumiendo que ya han tenido COVID-19, pero que simplemente no presentaron síntomas como muchas otras. O pueden recordar cualquier período de malestar desde principios de 2020 y atribuirlo a COVID-19. Quizás estén en lo cierto, por supuesto. Pero el riesgo es que las personas suponen que son inmunes cuando no lo son.

Costumbre: En el segundo resultado, la costumbre, la gente simplemente tiene en cuenta el riesgo de COVID-19 según "cómo es la vida ahora". A diferencia de la racionalización, las personas no alteran su percepción de los riesgos, sólo lo captan en un "estado frío" de aceptación, en contraposición a un "estado caliente" de ansiedad. En una modalidad más extrema, esto lleva al fatalismo: "si voy a conseguirlo, sucederá". Ya hay evidencia de que cuanto más infeccioso crea la gente que es el virus, menos probable es que tomen medidas de mitigación. Ambos estados podrían reducir el deseo de vacunarse.

Rechazo: Llamamos al tercer mecanismo de rechazo. Los cierres y otras respuestas políticas han infligido costos masivos en vidas y medios de subsistencia. Para algunas personas, el hecho de haber incurrido en este sufrimiento y restricciones significa que sienten que han hecho lo suficiente para controlar la COVID-19. En respuesta, pueden estar decididos a tomar medidas, independientemente de los riesgos. En contraste con la habituación, las personas pueden estar rechazando activamente los riesgos, enojadas por los costos que las respuestas políticas a la COVID-19 han impuesto a sus vidas. El impedimento para vacunarse puede ser interpretado como otro de esos costos.

La naturaleza de la propia vacuna 

En un mundo en el que nos adaptamos a la existencia de la COVID-19, nuestra atención puede desplazarse a los nuevos riesgos percibidos en su lugar. Por ejemplo, los peligros de la propia vacuna podrían llamar más la atención. Con cualquier nueva vacuna las personas pueden estar dudosas y necesitar garantías de que es segura. Pero ya existe la inquietud de que los plazos acelerados de las vacunas COVID-19 podrían llevar a la percepción de que se han recortado los plazos.

El hecho de que se estén desarrollando tantas vacunas también podría ser un problema. Si sólo una o dos tienen efectos secundarios negativos muy publicitados, entonces las percepciones de toda la cohorte podrían verse afectadas, llevando a las personas a pensar que todas las vacunas COVID-19 son inseguras. Es probable que la gente aplique algunas heurísticas psicológicas aquí, y tenemos que averiguar exactamente cuáles son.

También está la cuestión de la efectividad de las vacunas seleccionadas. Las personas pueden estar ancladas en la idea de que una vacuna evitará completamente que alguien contraiga COVID-19. Después de todo, tenemos vacunas que proporcionan tal "inmunidad esterilizante" (como es el caso del sarampión), y éstas pueden informar el modelo psicológico de la gente con respecto a la vacuna COVID-19.

En realidad, es probable que la vacuna sólo reduzca la probabilidad de infección y limite los efectos de la COVID-19 (por ejemplo, manteniéndola en las vías respiratorias superiores). También es posible que se necesiten múltiples dosis. Un déficit en las expectativas podría combinarse con la preocupación por un desarrollo apresurado para deprimir la demanda, especialmente en los grupos de menor riesgo, lo que nos lleva a nuestro punto final.

Riesgos variables según la edad y la ubicación

La COVID-19 ha infligido un terrible número de enfermedades y muertes, y ha dominado con razón la atención mundial en 2020. Pero también sigue siendo cierto que la incidencia ha variado enormemente según la geografía, tanto dentro de los países como entre ellos. Al mismo tiempo, algunos grupos se han visto afectados más gravemente que otros.

Estas variaciones podrían significar que los riesgos de la COVID-19 son mucho menos destacados para algunas personas, produciendo una actitud de "la gente de aquí no necesita una vacuna", "las personas como yo no necesitamos ser vacunados". Esta actitud podría reforzarse si la vacuna se dirige inicialmente sólo a ciertos grupos (por ejemplo, profesionales de la salud o personal esencial).

Para que quede claro, estas creencias sobre un menor riesgo pueden tener algún fundamento de hecho, y un despliegue selectivo de la vacuna puede ser el mejor curso de acción. Pero también debemos considerar los efectos en la demanda general de la vacuna, especialmente cuando se trata de sectores de menor riesgo. Y quizás la característica más sorprendente de la COVID-19 es la influencia de la edad como factor de riesgo.

Muchas madres y padres saben que, a diferencia de otras enfermedades, la niñez parecen estar libres de la mayoría de los peores efectos de la COVID-19 (aunque hay algunas preocupaciones específicas). Al mismo tiempo, la vacunación de la infancia ha creado muchos de los puntos de conflicto en el movimiento anti-vacuna. Por lo tanto, es muy posible que la conciencia de los menores riesgos para la niñez se combine con la preocupación por la seguridad de una nueva vacuna para aumentar la oposición de las madres y los padres a que se vacune a las niñas y los niños contra la COVID-19.

En esta etapa, sin una vacuna finalizada, simplemente no podemos saber cuán justificadas serán esas inquietudes. Pero podemos y debemos investigar urgentemente las actitudes, creencias y probables conductas de la gente relacionadas con la vacuna COVID-19, para juzgar si las ideas que hemos esbozado anteriormente son preocupaciones reales.

¿Qué necesitamos averiguar? 

La primera tarea consiste en recopilar datos sobre cómo varía la disposición o la intención de recibir una vacuna COVID-19 en función de factores como la ubicación, la demografía y el impacto personal o local del virus, así como si estas opiniones cambian con el tiempo. También hay una pregunta interesante sobre si los niveles observados de comportamientos relacionados, como el uso de máscaras, podrían indicar la probable aceptación futura de una vacuna. Hacer esta investigación proporcionaría un mapa de los retos a los que se enfrenta cualquiera que intente aumentar la aceptación de la vacuna.

Segundo, necesitamos entender los modelos psicológicos de las personas y los procesos relacionados con el riesgo de contraer la COVID-19. En otras palabras, debemos establecer si existe algún soporte empírico para las ideas de racionalización, habituación o rechazo en el contexto de la COVID-19. Por ejemplo, se podría pedir a las personas que califiquen la probabilidad de que hayan tenido COVID-19 (y sus razones). Luego se les podría ofrecer una prueba de anticuerpos, reconociendo que estas pruebas no son perfectas. La comparación de estas dos fuentes de datos podría ayudar a identificar cuándo las creencias son exactas y cuándo podrían ser el resultado de la racionalización.

Tercero, debemos explorar las expectativas y preocupaciones de la gente sobre una posible vacuna en sí misma. Una primera oleada de encuestas ha examinado las inquietudes de manera amplia. Pero también necesitamos una comprensión más detallada de los temores y expectativas de la población. ¿Están más preocupados por una vacuna derivada de los chimpancés que por una que utiliza una forma inactivada del propio virus? ¿Creen que la vacuna será una inyección única o el comienzo de una serie de dosis anuales?

Sólo si se logra esta comprensión, las personas que abogan por las vacunas podrán considerar formas efectivas de aumentar su consumo. De manera apropiada, una opción es la "teoría de la inoculación": al dar a la gente una versión debilitada de la información errónea por adelantado, junto con refutaciones, puede ser menos factible que la crean en el futuro. Pero, al igual que las propias vacunas, se necesita mucho trabajo, pronto, para convertir estas ideas en realidad.

. . .

Lecturas y recursos adicionales

  • Cornwall, W. (2020). Just 50% of Americans plan to get a COVID-19 vaccine. Here’s how to win over the rest. Science. (Enlace)
  • Levins, H. (2020). Is the threat of COVID vaccine hesitancy getting enough attention? Penn Today. (Enlace)
  • Mounk, Y. (2020). When a Vaccine Arrives, People Will Ignore the Anti-Vaxxers. The Atlantic. (Enlace)
  • Frist, B., Pan, R., & Bronstein, M. G. (2020). Science alone cannot beat the pandemic. We also need outreach about a Covid-19 vaccine. STAT. (Enlace)
  • Hoffman, J. (2020). Mistrust of a coronavirus vaccine could imperil widespread immunity. The New York Times. (Enlace)
. . .

Texto publicado originalmente Behavioral Scientist, bajo el título: «Challenges Facing a COVID-19 Vaccine: A Behavioral Science Perspective».

. . .

Michael Hallsworth (@mhallsworthes el director general para América del Norte del Equipo de Instrucción del Comportamiento (BIT). 

** Alison Buttenheim (@abuttenheimes profesora asociada de enfermería y política de salud, y directora asociada del Centro de Incentivos de Salud y Economía Conductual de la Universidad de Pensilvania.

*** Jorge Guzmán (@JorgeGuzman_) es politólogo y publiadministrativista por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Es Coordinador General de Proyectos en BPP A.C.

Comentarios

Popular