Cómo mantenerse alerta ante la sobrecarga informativa


Por Sanketh AndhavarapuTraducción por Gabino Martínez** (@GabinoMartnez11).

A cuatro meses de la pandemia, ha surgido un fenómeno contraintuitivo. En marzo, cuando el riesgo de infección por la COVID-19 estaba en su punto más bajo, la motivación de la población para seguir una conducta proactiva ante la pandemia parecía estar en su punto más alto. Actualmente, en los Estados Unidos, el riesgo de infección es más alto que nunca, pero el interés por seguir las recomendaciones de sanidad pública se encuentra en su punto más bajo. Este fenómeno se conoce como fatiga de precaución y plantea graves riesgos para la salud de las comunidades.


La fatiga de precaución, que fue acuñada por el Dr. Jacki Gollan, profesor asociado de psiquiatría y ciencias del comportamiento y psicólogo clínico de la Universidad de Northwestern, puede explicar mucho del comportamiento reciente que vemos en las noticias. Gollan sugiere que la explosión inicial de energía al principio de la pandemia nos ayudó a abordar las medidas de sanidad pública con optimismo. Sin embargo, conforme empezamos a tener dificultades para anticipar el término, nuestras reservas de energía se agotaron y nos relajamos respecto a las disposiciones que estábamos tomando para mitigar el riesgo. Diversos conocimientos sobre la conducta pueden describir lo que puede estar causando la fatiga de precaución.

Adaptación a la amenaza

La habituación a la amenaza se refiere a cuando nos volvemos menos sensibles a los peligros después de enfrentarlos repetidamente. La noción es similar a la del entrenamiento para la extinción del miedo, una forma de tratamiento psicológico que tiene por objeto ayudar a las personas con problemas de ansiedad exponiéndolas en repetidas ocasiones a un estímulo de miedo que no está acompañado por un acontecimiento aversivo. Con el tiempo, el miedo de la persona disminuye a medida que aprende que no hay una razón real para temer [1].

En este contexto, la amenaza es una infección altamente contagiosa de COVID-19. Hoy en día, se nos presenta en todas partes: las noticias, las conversaciones con amistades y familiares, en las redes sociales, e incluso en el trabajo. Si no estamos directamente afectados (o, mejor dicho, infectados) por la COVID-19 en este momento, entonces podemos adaptarnos al peligro y poco a poco desensibilizarnos. Dado que nuestros cerebros no pueden manejar niveles persistentemente altos de estrés, es simplemente más cómodo para nosotros ignorar la amenaza y volver a niveles más saludables de tensión. 

Incertidumbre ante la amenaza

La pandemia de la COVID-19 se considera abstracta, especialmente porque no podemos calcular fácilmente el riesgo asociado a nuestras acciones y entornos. Hasta cierto punto, nuestra mente es a menudo incapaz de comprender la verdadera gravedad de la crisis a menos que nos afecte de modo directo.

Un concepto interesante relativo a la percepción del riesgo es la voluntariedad, que describe cuando los riesgos asumidos por voluntad propia se perciben como menores, mientras que aquellos originados por factores externos (o fuera de nuestro control) se consideran mayores [2]. No obstante, a medida que nos expusimos reiteradamente a propuestas sobre cómo disminuir nuestras posibilidades de contraer y propagar la infección, la percepción del riesgo de la COVID-19 puede haber cambiado gradualmente hacia la sensación de estar bajo control. Como resultado, podemos percibir que el riesgo de no cumplir con las medidas es menor. 

Exceso de información

Somos constantemente objeto de un bombardeo de información, a través de varios canales, en situaciones tan significativas como la de la COVID-19. Es más probable que nuestros cerebros recuerden datos emocionales destacados, especialmente eventos adversos, ya que estos nos permiten reconocer amenazas potenciales. Ello se conoce como sesgo de pesimismo, que define cómo la gente suele sobreestimar la probabilidad y las consecuencias de los acontecimientos futuros negativos. Pero, con una sobrecarga de información, esto puede llegar a ser agobiante.

Un problema importante que viene con la saturación de información es la desinformación. De hecho, con respecto a la gran cantidad de fuentes que existen (especialmente en las redes sociales), mucha de la información que rodea a la COVID-19 es inconsistente e incorrecta. Filtrar los datos correctos añade una nueva capa de incertidumbre, y puede resultar mentalmente extenuante para nuestra vida. Como resultado, la fatiga de precaución puede comenzar a sentirse.

Reactancia psicológica

La reactancia es una teoría de la psicología que describe cómo se motiva a las personas para que recuperen sus libertades cuando sienten la amenaza de perderlas. [3] Los ejemplos clásicos de la reactancia pueden tomarse de la conducta de la niñez: se le dice a una persona menor de edad que no puede jugar con un juguete en particular y, de repente, solo quiere jugar con ese en específico. La reactancia también se aplica a las personas adultas: durante la pandemia, ha tenido consecuencias mortales por la falta de motivación para cumplir con las disposiciones de salud pública. Por ejemplo, cuando se recuerda constantemente a la gente que se ponga un tapabocas, algunas personas pueden reaccionar no queriendo ponérsela para afirmar inconscientemente un sentido de elección personal.

Aunque es contraintuitivo, los constantes recordatorios para tener un comportamiento prudente pueden animar a la gente a ignorar las indicaciones y a conducirse de manera aún más arriesgada. Curiosamente, la reactancia puede ser más común entre las personas que viven en países que se jactan de la libertad individual, como los Estados Unidos [4]. La reactancia también contribuye a la creciente antipatía que nuestro país observa hacia las personas expertas; dicho de otro modo, la reactancia permite a la gente sentirse de nuevo en control de sus propias vidas, aunque esto signifique descartar evidencias y conocimientos fuertemente fundamentados.

Cómo mitigar la fatiga de precaución

La fatiga de precaución no es una causa perdida. En primer lugar, concienciar sobre el concepto de la fatiga de precaución y sus factores puede ayudar a promover la autoconciencia de nuestras acciones.

Las siguientes son estrategias más concretas para combatir la fatiga de precaución:

Establece la práctica de imaginar periódicamente situaciones hipotéticas en las que tu comportamiento temerario resulte en que tú o tu familia se vean afectados negativamente por la COVID-19.

Esto puede ayudar a percibir el riesgo de la pandemia de manera más tangible. Al poner un mayor énfasis en los efectos a largo plazo de tus actos (y anular la tendencia natural a sobrevalorar los beneficios a corto plazo), también pueden motivarte a seguir tomando las precauciones adecuadas y evitar desensibilizarte ante la amenaza.

Recuerda que el riesgo es muy elevado

El hecho de no haber sido impactado por conductas de peligro previas no indica un riesgo menor de obrar de la misma forma. En cambio, una disminución de los comportamientos de seguridad solamente aumenta el riesgo general de ser perjudicado.

Concéntrate en recibir noticias de solo una o dos fuentes confiables y limita la frecuencia con la que revisas las noticias para asegurarte de no agotarte

Esto puede hacer que el proceso de asimilación de la información sea menos abrumador y más cómodo de gestionar.

Con la paradoja que presenta la reactancia psicológica, es de suma importancia acordarse de que salvar vidas tiene prioridad sobre la ilusión individual de agencia. Debemos reconocer nuestra falta de control sobre la situación. Haciendo esto, podemos mantener nuestra motivación para seguir estando a salvo.

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Referencias


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Texto publicado originalmente en The Decision Lab, bajo el título: «How To Remain Vigilant In The Era Of COVID-19 Information Overload».

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Sanketh Andhavarapu es un estudiante de la Universidad de Maryland. 

** Gabino Martínez (@GabinoMartnez11) es economista por la Facultad de Economía de la UNAM. Actualmente es Coordinador General de Investigación en BPP A.C.

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