Necesarias las intervenciones conductuales para combatir el Covid-19: OMS


Por David Halpern* y Hugo Harper** | Traducción por Gabino Martínez*** (@GabinoMartnez11).

El jueves pasado, la Organización Mundial de la Salud emitió una clara declaración: "los conocimientos sobre el comportamiento son valiosos para orientar la planificación de medidas de respuesta a una pandemia apropiadas". Estamos de acuerdo, y es genial ver que la OMS ha publicado una herramienta específica sobre estudio de la conducta dirigida al COVID-19 y está reclutando asesores expertos en el tema.

En parte, esto ha tardado mucho tiempo en llegar, como lo deja claro el sitio web de la OMS. Los largos años de experiencia de la OMS le han enseñado que la contención de las epidemias, en particular cuando una vacuna o un tratamiento está a meses o años de distancia, es tan conductual como médica. El ébola demostró la importancia de la antropología para comprender cómo se transmitía la enfermedad. Hermanada con la psicología, también dio pistas sobre cómo un hábito social, el impulso de abrazar, podía ser reemplazado por otro (el saludo de codo del ébola).

De manera similar, la OMS ha llegado a comprender el papel fundamental que puede desempeñar una comunicación efectiva, como la manera de lavarse las manos y la importancia de los mensajeros clave. Estos últimos no son necesariamente los presidentes, ni siquiera los médicos. En la República Democrática del Congo, por ejemplo, fueron los motards (los taxistas locales de confianza) los que tuvieron que convencer.

La naturaleza del COVID-19 hace que la necesidad de intervenciones conductuales efectivas sea particularmente apremiante. Con una vacuna efectiva que se cree que está por lo menos a 12 meses, la contención real se basa en lo que los epidemiólogos llaman "intervenciones no farmacéuticas": distanciamiento físico, lavado de manos, uso de cubrebocas. En otras palabras, cambios en el comportamiento. 

Pero, ¿cómo se deben lograr estos cambios? Dada la rapidez y la complejidad de las cuestiones involucradas, siempre habrá debates y desafíos sobre cómo se aplica la evidencia. Una de esas discusiones se ha referido a la idea de que la gente podría experimentar "fatiga conductual" durante el confinamiento. En realidad, el concepto no surgió del BIT ni de nuestro trabajo, ni del SPI-B, el grupo de psicólogos y científicos sociales que contribuyen a asesorar al Grupo de Asesoramiento Científico sobre Emergencias del Reino Unido. Pero vale la pena señalar los datos emergentes sobre cómo los comportamientos en el confinamiento han cambiado con el tiempo; este es el primer paso hacia el tipo de evidencia empírica que puede informar futuros criterios de política.   

Con el mismo espíritu, el BIT ha estado trabajando rápidamente para producir evidencia empírica sólida para informar las decisiones relacionadas con el COVID-19. Ya hemos realizado casi 40 ensayos con 80,000 personas, en temas clave como el lavado de manos, tapabocas y distanciamiento físico. Después de estos numerosos estudios, ahora podemos sacar conclusiones generales sobre los patrones que estamos viendo. También es posible revisar las pruebas existentes para sugerir nuevas intervenciones que podrían ser probadas en el campo.

Aunque se trata de un importante avance en la lucha contra el COVID-19, no creemos que la relevancia se detenga ahí. Dando un paso atrás, el período antes de que tengamos una vacuna efectiva para el COVID-19 puede resultar en un enfoque más fuerte y duradero en el lado conductual de la medicina. Esto es particularmente cierto si tal vacuna nunca se encuentra, lo cual sigue siendo una posibilidad, o si los tratamientos efectivos requieren que los pacientes cumplan con instrucciones difíciles o desagradables. 

En el BIT, hemos estado pensando en estas preguntas durante mucho tiempo. Por ejemplo, en nuestro trabajo en Moldavia sobre la tuberculosis. ¿Cómo puede una enfermedad que ha tenido un tratamiento efectivo desde finales de los años 40 todavía matar a más de un millón de personas al año? Una de las principales razones es que la gente abandona el tratamiento. Se sienten mejor. Tiene algunos efectos secundarios desagradables, aunque relativamente leves. Así que dejan de tomar las píldoras y la enfermedad vuelve (y potencialmente más resistente).

Para abordar este tema, la práctica ampliamente recomendada es el tratamiento de "observación directa", es decir, no sólo darle las píldoras al paciente, sino vigilar que las tome. Si bien eso es efectivo —y sin duda ha salvado vidas— es una carga significativa tanto para el médico como para el paciente, ya que el cumplimiento se logra generalmente en menos de una cuarta parte de los casos. Un nuevo estudio realizado por la BIT, el PNUD y la AFI —que acaba de publicarse en el European Respiratory Journal— encontró que al cambiar al uso de un dispositivo para auto-registrar la toma de las píldoras, el cumplimiento podría ser llevado hasta el umbral recomendado por la OMS del 80%. 

Por lo tanto, el avance de la OMS hacia los conocimientos conductuales puede considerarse como parte de este cambio de comportamiento en la medicina. La ciencia del comportamiento forma parte, sin duda, de la estrategia para hacer frente al COVID-19, desde la colocación estratégica de estaciones de lavado de manos para motivar a las personas a lavarse las manos más a menudo; hasta comunicaciones más claras; y el apoyo a la gente a la que se le pide que se autoaíslen mediante un rastreador de contactos. 

El desastre y la crisis económica del COVID-19 también pueden estar reforzando el hecho de que nuestra mayor fortaleza es nuestra capacidad de cooperar a una escala sin precedentes. La ciencia del comportamiento puede ayudarnos a entender cómo esa cooperación puede ser promovida y mantenida.

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Texto publicado originalmente en el blog de The Behavioural Insights Team, bajo el título: «Behavioural Insights, the WHO and COVID-19».

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* David Halpern es el Director Ejecutivo del Behavioural Insights Team. Lo ha dirigido desde su creación en 2010. Anteriormente, fue el primer Director de Investigación del Instituto para el Gobierno y, entre 2001 y 2007, fue el Analista Jefe de la Unidad de Estrategia del Primer Ministro. 

** Hugo Harper dirige el trabajo sobre salud del BIT en el Reino Unido. Tiene una maestría en Ciencias del Comportamiento y Económicas por la Universidad de Warwick, así como una licenciatura en Psicología y Fisiología de la Universidad de Oxford. 

** Gabino Martínez (@GabinoMartnez11) es economista por la Facultad de Economía de la UNAM. Actualmente es Coordinador General de Investigación en BPP A.C.

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